La importancia indudable de los retos a los que se enfrenta Europa, y que están en el origen del debate sobre la soberanía tecnológica, no debería llevarnos a conclusiones que alimenten una ambición de poder desmedido por parte de la élite política, o a una tendencia a querer planificarlo y controlarlo todo.

Por otra parte, es imprevisible la aceptación de dichas conclusiones por parte de la sociedad, en un momento post pandemia en el que su confianza en los gobiernos ha caído y se duda de los criterios (bien común, resultados científicos, …) en los que se basaron determinadas decisiones que coartaron las libertades de los ciudadanos y destruyeron sus medios de vida, con el consiguiente empobrecimiento acelerado. Y queda aun por ver el resultado de la inflación causada por estas decisiones.

Es necesario garantizar que la soberanía tecnológica y otros temas, como el cambio climático, se abordan poniendo en el centro las libertades personales y el mantenimiento de unas condiciones de bienestar que no fomenten mayores desigualdades. Desde el punto de vista de la persona, la tecnología tiene dos caras opuestas. Por una parte, empodera al individuo dándole la capacidad de hacer cada vez más cosas con menos esfuerzo. Es decir, en muchos sentidos, reduce su dependencia de los estados para gestionar su vida. Y, por otra parte, aumenta la capacidad de los estados para el control social y la planificación centralizada, contrarrestando el efecto de mayor libertad que podría experimentar el individuo. Ante los grandes cambios sociales que se están produciendo, se corre el riesgo de que los estados tengan la tentación de defenderse para sostener sus estructuras de poder, controlando las libertades y aumentando la recaudación de impuestos.

El paradigma de todo esto es China, donde el control social ha llegado a cotas muy altas, pero, pero otra parte, tratan de transmitir una imagen de éxito y de superioridad del país, siendo muy poco respetuosos con “lo ajeno”. La defensa legítima de los otros bloques, USA y Europa, ante una fuerza tan abrumadora no debería basarse en los mismos principios y valores de China, sino en la defensa de unos valores propios fundamentados en la libertad de la persona.

En una reflexión sobre la soberanía tecnológica y sobre las apuestas tecnológicas de los diferentes países, se deberían considerar las reflexiones de Peter Thiel y de Elon Musk. El primero dijo hace poco que la inteligencia artificial es una tecnología comunista, mientras que el bitcoin es capitalista. La primera permite la superioridad por parte de una élite social y hace mucho más eficiente la planificación centralizada por parte de un súper-organismo. La segunda, permite la descentralización total y la independencia de gobiernos e intermediarios. Por su parte, Elon Musk dijo que la inteligencia artificial es la mayor amenaza existencial que tiene la humanidad y su potencial de dominio no tiene límites a largo plazo. A partir de ahí, se podría tener una perspectiva diferentes sobre el interés de muchos países por convertirse en una potencia en inteligencia artificial, mientas se critica y se pone barreras al bitcoin.

Cabría también preguntarse si los gobiernos se están enfocando más a tecnologías relacionadas con el poder (inteligencia artificial, energía, robótica, …) que a los retos que más valor pueden aportar a la sociedad, como son la salud y todo lo relacionado con retrasar el envejecimiento.

Otra área donde se pretende la soberanía es la de los semiconductores, que son la base para la gestión masiva de datos, y obviamente para el desarrollo de la inteligencia artificial.

Se da la circunstancia de que la tecnología de diseño es americana esencialmente, la de fabricación de los productos más avanzados es Europea (bajo algunas licencias americanas), mientras que la mayoría de microchips se producen en Taiwan y Corea del sur. En este campo nadie tiene la soberanía tecnológica, y el mercado y la tecnología se han desarrollado de forma muy eficiente, creando mucho valor para la humanidad. No obstante, se ha generado el miedo de que algún grupo puede bloquear a los demás, en aquella parte que está a su alcance.

Cuando ahondamos en los retos a los que se enfrenta Europa en su capacidad de liderazgo innovador, se observa un peso cada vez mayor de los gobiernos y los presupuestos públicos y debilidades en la forma de educar, los valores y la actitud de la sociedad ante la innovación y los retos de futuro. No es un problema, solo, de cantidad de titulados STEM (sólo hace falta un Einstein o un Elon Musk para cambiar la forma en la que vemos el mundo) sino de mentalidad.

Antes de pensar en la soberanía tecnológica, tendríamos que avanzar mucho en la soberanía del individuo.

Si nos enfocamos ahora en Euskadi, me surge algunas preguntas cuyas respuestas podrían ser objeto de debate. Yo adelanto las mías:

  • ¿Somos lo suficientemente relevantes como unidad social como para jugar un papel relevante tanto en lo que respecta a materiales críticos como a desarrollo tecnológico?. A lo primero, claramente no, y a lo segundo, no en este momento.
  • ¿Habría tenido éxito Elon Musk en Euskadi?, ¿o Peter Thiel?, ¿o Steve Jobs?. No creo, porque nuestro ecosistema innovador es rígido y está poco interconectado. Además, nuestra cultura y educación no favorece asumir riesgos ni fracasos. Y nuestro sistema económico tampoco.
  • ¿Le gustaría a Elon Musk o alguno de los otros venir a vivir a Euskadi?. Probablemente se aburrirían …. salvo que fueran hinchas del Athletic (lo siento, un punto de humor ante un panorama que estaba resultando un poco triste).
  • ¿Necesitamos más gobierno y planificación, o más capacidad de iniciativa individual y libertad de acción? Sin duda, lo segundo.
  • ¿Somos lo suficientemente productivos como sociedad, como para permitirnos hacer inversiones fuertes en desarrollo tecnológico? No, sin asumir fuertes deudas.

No quiero transmitir una visión pesimista, sino una opinión personal de que creo que estamos tomando el camino equivocado, pero que podemos todavía reaccionar.

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