Cristobal Cobo es director del Centro de Estudios – Fundación Ceibal e investigador asociado del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford. Recientemente ha publicado “La Innovación Pendiente”, en la que invita a pensar en la educación desde una nueva óptica, una que plantea que la verdadera innovación está en explorar nuevas formas de valorar y reconocer el conocimiento, tanto dentro como fuera del aula.

Charlamos con él sobre tecnología, innovación y evaluación en la educación con motivo de la charla que ofreció en la semana de la innovación “Week Inn” que organiza anualmente Fomento San Sebastián

¿Cuál es la relación que debería haber entre tecnología y educación?

El desafío de la educación de nuestros días no se limita a que los docentes utilicen mucho tiempo las tecnologías digitales en el aula, sino a algo más profundo. Que favorezcan espacios de construcción de saberes que van más allá del currículo, más allá de una asignatura en particular, más allá de una calificación puntual, más allá del saber experto. Que permitan la posibilidad de articular el dominio de alfabetismos tradicionales con el desarrollo de un conjunto de nuevas habilidades que hoy juegan un papel fundamental. Que las tecnologías pueden ayudar en esto no hay duda, pero la innovación pedagógica será al final del día el factor determinante.

El desafío está en comprender que la red no es tecnológica, sino que la red es cognitiva. Las posibilidades de conectar diversas formas y dinámicas de conocimiento es lo que realmente está aún pendiente.

 ¿Es la tecnología un elemento para la educación inclusiva?

Cualquier herramienta que genera nuevas posibilidades hace que su ausencia abra nuevas vulnerabilidades o formas de exclusión. En esta línea, una vez que las TIC se instalan en la agenda de progreso y desarrollo de las naciones, crece el interés y los recursos parara acceder a ellas.

El problema es que ese no es el fin de la historia. En primer lugar, porque lo que hoy genera exclusión no es sólo el acceso o no a estas tecnologías, sino la forma en que éstas se utilizan y las capacidades que se adquieren para desarrollar valor a través de su uso. Además, este es un campo de aceleradísima transformación y obsolescencia que demanda hacer nuevas adaptaciones permanentemente, tanto tecnológicas como conductuales y/o cognitivas. Así que los riesgos de nuevas brechas son tan constantes que demanda de una vigilancia tecnológica y cognitiva permanente.

¿Cuáles son los cambios que se deberían abordar en el sistema educativo para fomentar una cultura innovadora entre los y las estudiantes?

Los cambios culturales demandan ciclos y procesos muy diferentes. Creo que ignorar eso nos ha llevado a querer ver cambios acelerados en contextos que demanda tiempos diferentes. El mundo tecnológico y el mundo educativo tienen tiempos disímiles. Debiésemos entrar a discutir qué entendemos por una cultura innovadora, ya sea de orden tecnológica, de emprendimiento, de cambio constante, de creatividad, etc. También creo que tendríamos que preguntarnos si los sistemas educativos tal cual los hemos concebido en este cambio de siglo son el mejor entorno para promover la cultura de la innovación. Es decir, hemos organizado el conocimiento por áreas separadas, separado a los estudiantes por edades o suspendido a quienes tienen malas calificaciones. Yo creo que la innovación fluye en espacios mucho más flexibles, dinámicos y atrevidos. Antes de pensar en la innovación hay que pensar en el tipo de educación que estamos brindando.

En uno de sus libros recalca la importancia del aprendizaje invisible, ¿cómo se puede transferir este concepto a la educación formal?

Éste es un aprendizaje que trasciende el uso curricular de los dispositivos y reconoce los procesos de creación del conocimiento que se generan más allá de los contextos formales. Lo invisible no es lo que no existe si no lo que no se ve de manera evidente. Tenemos muchos conocimientos y habilidades que no podemos expresar ni sistematizar de una forma que los sistemas educativos puedan reconocer rápidamente. Por ejemplo, es más fácil medir y reconocer el dominio en un lenguaje que la creatividad o la curiosidad de un sujeto. Pero eso no significa que no estén ahí ni que no sean relevantes, sino que tenemos que construir otras formas de reconocer y valorar aspectos que a veces ignoramos.

Desde esta perspectiva el aprendizaje invisible es algo que podría reconocerse e incluso estimularse desde los sistemas educativos, pero creo que tiene que ir más allá. Esa es la belleza de este enfoque que no responde a sistemas, sino que plantea una ecología mucho más amplia.

Uno de los retos a los que se enfrenta la educación es la evaluación, ¿contamos con un sistema de medición adecuado para evaluar?

Hoy parece haber una creciente aceptación y evidencia de que el aprendizaje ocurre en todo momento y lugar. Uno de los desafíos está en ser capaces de ver, reconocer y aprovechar estos espacios de aprendizaje. Para ello resulta de utilidad crear y adoptar instrumentos de seguimiento y evaluación que nos ayuden a comprender con mayor profundidad aquellos aprendizajes que ocurren en contextos que trascienden lo formal o bien que conectan lo escolar con otros entornos.

¿Es posible crear instrumentos capaces de trazar nuestras propias rutas y trayectorias de aprendizaje? Mientras más se diversifican las prácticas de construcción distribuida del conocimiento resulta más sustantivo avanzar hacia la generación de mecanismos apropiados para reconocer estas trayectorias abiertas de aprendizaje.

En el libro “La Innovación Pendiente” se sugieren siete vectores que pueden ser de utilidad para pensar en la implementación de estrategias y mecanismos para evaluar, valorar y reconocer el conocimiento enriquecido con tecnología. 

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