El escenario en el que se encuentra la economía mundial y en particular la europea tiene pocos precedentes y seguramente es poco creíble intentar predecir con una mínima certeza la evolución del escenario macroeconómico y seguramente tampoco la evolución de la inversión en I+D+i. No obstante, sí es posible poner sobre la mesa algunas consideraciones que ayuden a entender mejor la lógica por la que transitan las decisiones en materia de innovación e I+D+i en las empresas.

Como bien argumenta Innobasque en su artículo, el gasto en I+D es más sensible a la inflación que a los tipos de interés por cuanto que el grueso de los gastos en I+D son gastos operativos (salarios, suministros o materiales, entre otros). En consecuencia, para conocer cómo va a influir una eventual subida de los tipos de interés en el esfuerzo innovador de las empresas y en el gasto en I+D en particular, hay que analizar, primero de todo, qué efecto real se espera que tenga esa subida de tipos en la inflación. La cosa, de nuevo, no es tan sencilla. En función de las causas que han provocado el escenario inflacionista actual, el efecto será uno u otro.

La inflación que se venía observando desde el inicio de la pandemia y antes de surgir el conflicto de Ucrania puede tener dos orígenes diferenciados. El primero relacionado con un shock de oferta derivado de los cuellos de botella existentes en China (principal motor de producción mundial) y del incremento de los precios de la energía y otras materias primas. El segundo, derivado de la expansión de la masa monetaria vinculada a la inyección de liquidez por parte de los Estados y la propia UE como estímulo a la economía para favorecer la demanda y, a la postre, provocar una subida de los precios.

Dependiendo de los expertos económicos que se consulten, las causas se posicionan más hacia un lado o hacia otro. Probablemente, se haya debido a un mix de los dos factores. En un supuesto escenario en el que una subida de tipos no afectase al resto de variables, unos tipos de interés más altos nunca fomentarían la innovación frente a unos tipos más bajos, ya que el encarecimiento de la financiación haría menos atractiva la inversión en I+D, o como mínimo, menos rentable. Evidentemente, ese no es un escenario económico real y lo cierto es que, si una subida de tipos sirviese para contener la inflación, podría incluso llegar a ser favorable para la inversión en I+D. Sin embargo, tanto en Europa como en Euskadi parece que las causas de la inflación están más relacionadas con un shock de oferta y no tanto con una expansión de la base monetaria. En este escenario, una eventual subida de tipos de interés (seguramente, además, inevitable dado que no parece muy lógico mantener por norma un escenario de tipos negativos) no tendría mucho efecto a la hora de contener la inflación y, en consecuencia, el esfuerzo en innovación no se vería favorecido.

Siendo la incertidumbre y la inflación los enemigos tradicionales de la inversión en I+D+i, no parece que de momento ninguna de las dos quiera desaparecer. De hecho, el carácter estructural que parece estar adquiriendo la inflación junto con la inesperada lentitud en el proceso de recuperación de algunos países europeos y la intervención militar en Ucrania hacen que la temida palabra estanflación comience a sonar con cierta frecuencia como el nuevo tablero macroeconómico. Pero no todo está escrito. No todo son tipos de interés, costes de inflación o incertidumbres. Hay otros factores tan o más relevantes que intervienen en el juego de la innovación y que hay que tener en cuenta.

El primero de ellos es el modelo de recuperación auspiciado. A diferencia de otras crisis económicas previas (por mencionar la más reciente, la financiera del 2008) la apuesta por la recuperación que se está realizando desde Europa y Euskadi parece haberse inclinado de forma determinante por las inversiones en innovación y por la transformación de la base económica y del modelo de sociedad en su conjunto. Por primera vez, el presupuesto en I+D se ha visto desacoplado del ciclo económico y la disposición de fondos destinados a innovación se ha multiplicado para hacer frente a las necesidades de digitalización de nuestras empresas y de nuestras ciudades, a los objetivos de la Industria 4.0, a los desafíos de la transición ecológica y la transformación energética o a los retos sanitarios de nuestra sociedad, que la pandemia ha hecho más evidentes si cabe.

Este desacoplamiento puede que, paradójicamente, se vea reforzado por las crecientes tensiones derivadas del conflicto militar en Ucrania que, además de rasgar su alma, ha azotado a Europa en uno de sus puntos débiles: la dependencia energética de la UE. La transición energética ya no parece un tema de bien común o un factor de competitividad a largo plazo, sino que afectan de lleno a la competitividad de las empresas en el momento actual, sobre todo al tejido industrial con procesos productivos intensivos en energía (en los cuales Euskadi cuenta con una presencia significativa). Estos procesos de transformación del sistema energético de nuestro tejido empresarial van a requerir, por tanto, de un esfuerzo en I+D considerable.

Por lo tanto, a pesar de que la teoría económica no arroja conclusiones muy favorables sobre la perspectiva de la I+D de la economía europea y vasca, nos encontramos ante un escenario en el que los intereses y necesidades de las autoridades territoriales y sus empresas están más alineados que nunca. Las políticas de recuperación de la crisis Covid pasan por estimular la innovación y el cambio a todos los niveles. La guerra de Ucrania y la evidencia de la dependencia energética de Europa también empujan la inversión en I+D para favorecer la transición energética. Como apunta también Innobasque, no es descartable que veamos en los próximos años cómo la innovación experimenta un notable repunte. El tiempo nos lo dirá.

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