La reciente cumbre de la Conferencia de las Partes (COP) celebrada en Bakú ha puesto nuevamente el foco en la lucha contra el cambio climático, uno de los desafíos más urgentes de nuestra era. Aunque el acuerdo alcanzado durante la reunión ha sido considerado un paso adelante, muchos expertos advierten (otra vez) que su alcance limitado podría ser insuficiente para enfrentar la crisis climática global. En un contexto en el que los mayores emisores de gases de efecto invernadero siguen marcando el ritmo de las negociaciones, la pregunta que surge es si estamos avanzando lo suficientemente rápido.

Los mayores emisores en el centro del debate

Según datos recientes publicados en un reciente artículo de MIT Technology Review, los principales responsables de las emisiones globales de gases de efecto invernadero son, en su mayoría, las economías más grandes del mundo. China encabeza la lista, siendo responsable de aproximadamente el 30% de las emisiones globales, seguida por Estados Unidos, con un 14%, y la India, que aporta un 7%. A continuación, se sitúan la Unión Europea, Rusia y Japón. Este panorama deja claro que la reducción de emisiones a nivel global está condicionada por las decisiones que tomen estos países.

Sin embargo, las dinámicas de las negociaciones internacionales reflejan las tensiones entre las responsabilidades históricas de los países desarrollados y las necesidades de desarrollo de las economías emergentes. Mientras los primeros argumentan que su actual porcentaje de emisiones ha disminuido respecto al pasado, los segundos insisten en que deben tener derecho a crecer, incluso si eso implica un aumento temporal de sus emisiones.

Un acuerdo que avanza, pero no transforma

El acuerdo alcanzado en Bakú ha sido el resultado de intensas negociaciones que, a pesar de no ser considerado un fracaso total, ha dejado un sabor agridulce entre las personas participantes. Tal y como se han hecho eco diferentes fuentes, las medidas pactadas incluyen compromisos para aumentar la financiación climática a los países más vulnerables y una hoja de ruta para acelerar la transición energética en sectores específicos. No obstante, el acuerdo carece de objetivos vinculantes claros que obliguen a los mayores emisores a reducir sus emisiones de manera significativa.

La falta de compromisos contundentes refleja un problema recurrente en las COP: la brecha entre la ambición declarada y las acciones concretas. Esto se hace especialmente evidente cuando se considera que, en los últimos años, las emisiones globales han seguido aumentando, a pesar de los numerosos acuerdos alcanzados en estas cumbres.

Aunque el acuerdo es insuficiente para cumplir con los objetivos climáticos globales, resalta la importancia de mantener el diálogo internacional en un contexto de crecientes emisiones globales.

El futuro exige más ambición

A pesar de sus limitaciones, el acuerdo de Bakú podría verse como una base para futuras negociaciones más ambiciosas. Las COP son, después de todo, un proceso acumulativo en el que cada pequeño avance puede sentar las bases para pasos más significativos. Sin embargo, el tiempo se agota. Los informes más recientes sobre el cambio climático advierten que las acciones tomadas hasta ahora son insuficientes para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C, el límite establecido por el Acuerdo de París.

La responsabilidad de los mayores emisores es evidente, y debería jugar un papel relevante en esta lucha. De hecho, en un mundo tan interconectado, las decisiones que se tomen en Beijing, Washington o Nueva Delhi tienen un impacto directo en la vida de millones de personas, especialmente en las regiones más vulnerables del planeta.

China, Estados Unidos e India, son responsables del grueso de las emisiones globales, lo que subraya su papel crucial en cualquier solución climática efectiva.

Por ello, el acuerdo de Bakú nos recuerda que, aunque el camino hacia la acción climática efectiva es complejo y está lleno de desafíos, no podemos permitirnos el lujo de detenernos. Este acuerdo no resolverá por sí solo la crisis climática, pero puede ser una señal de que, incluso en tiempos de tensiones globales, la cooperación sigue siendo posible. Ahora, la cuestión es si esa cooperación será suficiente para enfrentar el desafío existencial al que no enfrentamos como humanidad.

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